Abstract
El término investigación ha llegado hasta nosotros como algo completamente terrible, un laberinto imposible de resolver en sus enigmas; un desafío en realidad maravilloso e incitante que tiene el calor de la aventura palpitante, inquietante y en especial dirigido hacia lo desconocido y asombroso; una experiencia irrepetible, única, pero es vista por la gran generalidad de nuestra gente como aquello que produce espanto, a veces pánico, cuando debería seducirnos de manera amplia hacia la aventura del conocimiento, una de las más felices justificaciones de nuestra existencia sobre la tierra: despertarle el "ánima" a la leve imaginación creadora. No obstante, el primer llamado ferviente que necesitamos hacer, consiste en entrar a vencer el pensamiento derrotista y dependiente, es decir, esa mentalidad parasitaria que acompaña a quien padece a diario la tragedia del subdesarrollo con sus terribles lastres a cuestas. Esta se ha vuelto "connatural", por la sencilla razón de que esta facultad y la cultura maravillosa de la reflexión nos han sido usurpadas de modo sistemático a partir de 1492, cuando arribó el primer gran cargamento de espejos del viejo mundo, con lo cual nos estaban diciendo: "Ustedes no se preocupen, no se pongan a pensar que el invento ya está hecho, úsenlo, y consúmanlo".
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